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Barcelona

Por: Morphart

Información útil

La humedad hace que la sensación de calor o frío según la estación sea más intensa. Cuidado con la ropa que llevas.

Es una ciudad para perderse, ignora el miedo y deja el mapa. Es un lugar mucho más interesante cuando dejas la guía en casa y bueno, ¿qué lugar no lo es cuándo te animas a descubrir la ciudad por ti mismo y no por las vivencias de otro?

Puedes llegar a la ciudad por casi cualquier medio de transporte existente, barco, avión local, avión internacional, carro, bus, será decisión de presupuesto y tiempo.

La ciudad inspira seguridad, sin embargo no te confíes pues es famosa por sus carteristas.

A tener en cuenta en Barcelona

Barcelona es una ciudad plana en su mayoría, con pocas pendientes fuertes, sin embargo, el consejo de siempre: nada de zapatos fashion, solo comodidad.
Mucho cuidado con los objetos personales. La ciudad tiene fama por los carteristas.
Aprovecha una salida “de tapas” para probar bocados de diferentes jamones, quesos y demás delicias de la comida española.
Lugares Clave en Barcelona:

  • Barrio Born
  • Barrio Gótico
  • Palau de la música
  • La Rambla
  • Museo de Arte de Cataluña
  • Paseo Colón
  • Sagrada Familia
  • Arco del Triunfo
  • Torre Agbar
  • Sant Antoni
  • Plaza España
  • Plaza Gibraltar
  • Parc Guell
  • Parc de La Ciudatella
  • Monserrat
  • Los Bunker
  • Montjuic
  • La Xampanyeria
  • La Vermu
  • La Boquería
  • Carta Abierta

Para ti Laura Córtes, mi vieja compañera de “viaje” en el bus del colegio, mi vieja amiga de la vida (y hoy un día más vieja por tu cumpleaños)

Barcelona es una ciudad engañosa. Al tenerla en un mapa, las distancias parecen inmensas pero en la práctica, es una ciudad que se permite ser recorrida a pie y realmente es una buena manera de conocer, no solo esta ciudad sino cualquiera. “Déjate perder en esas calles” dijiste mientras sacabas una libreta roja del cajón y anotabas los imperdibles. Fue una frase que te copiaron muchos después de eso. Una frase que valió la pena tatuarse en la mente y dejar entonces que los pies decidieran el rumbo. Esta es una ciudad de recovecos, de callejones iluminados y oscuros, una ciudad que te hace sentir seguro, una ciudad de playa, de museo, de rumba, de parque y de cultura.

Bajamos del avión y las expectativas ya eran altas. Estaba primero en la lista cumplirte esa promesa de ir a verte, esa que te hice cuando en una de las tantas tardes grises con sol en Bogotá, fuiste a mi casa y nos despedimos por tiempo incierto. Más abajo estaba anotado que sería la ciudad en la que para siempre contaría pasé tal vez la década más consciente que hasta hoy he vivido, el fin de los veintes, el comienzo de los treintas. Estaba la promesa de ser aquella ciudad a la que estuve a punto de irme a vivir hace un par de años y que entre otras cosas consideraba capital de ilustración y embajadora del diseño gráfico moderno.

Recuerdo que fuiste la primera persona que me abrazó por mi cumpleaños pues por temas de reloj, el abrazo de bienvenida, el de buenas noches y el de felicitaciones casi fueron uno solo. Tal vez nunca te he contado pero, desde hace muchos años, tantos como recuerdo, siempre pensé en mis “treinta” como un año importante y de cambios. No me interesó mucho la edad para que me dieran la cédula, tampoco los “veintes” a tal punto que con todo y mi buena memoria, no recuerdo dónde estaba cuándo los cumplí. Pero había llegado el día, el verdadero día y tal como me lo prometí a mi mismo, estaba lejos de casa para recibirlos, con altas expectativas he de decirte.

La celebración fue mejor de lo esperado. Comenzó ya siendo memorable cuando al despertar tenía esa pequeña nota de cumpleaños junto a la cama, una que supongo escribiste antes de salir a estudiar. Luego, sentado en una playa, frente al mar Mediterráneo, con una botella de vino y una pizza rebozada de jamón, descalzo y con mi mejor amigo de la infancia sentado a mi lado cumplí con ese ritual personal que no recuerdo desde hace cuánto comenzó y pronuncié en voz alta: Feliz cumpleaños Juan, comienza una nueva oportunidad de ser una mejor versión de ti mismo. La música que sonaba desde mi celular entre los zapatos parecía alertar sobre la fiesta y la rumba que en algún momento imaginé para este momento.

El sol de invierno comenzaba a darle paso al de primavera cayó tras Montjuic con rojos y naranjas y llegó la noche, incluso mejor de la que había planeado pues con ella llegaron los reencuentros, los viejos amigos que no veía hace años, la cerveza, las risas y las historias. Aparecieron primero “Lalis” y Mateo. A ella la conocía de Medellín cuando apenas comenzábamos a estudiar una carrera aunque ella llegó por otro camino a mi vida. A Mateo, su novio, le estreché esa noche por primera vez la mano, sabiendo que era él quien estuvo detrás de la cámara en varias imágenes que había visto. Hoy en día son grandes fotógrafos, de esos que sigo y debo confesar intento copiar no por irrespeto sino por admiración. Luego llegó José Guarnizo, un periodista que conocí en mi paso por el Colombiano y su rediseño, uno de esos “profes” de la vida que entre chanza y chanza se le meten a uno entre los amigos y con los que se hacen recuerdos que duran. Un montón de colombianos, con años de no verse, encontrándose y conociéndose al otro lado del Atlántico… no pedí más, no pido más.

A España siempre que quise ir, me visualicé acabando con las existencias de jamón serrano, queso Manchego y vino, mucho vino. Hoy, después de haber vivido esta ciudad, lo primero que recuerdo es pasar por el mercado la Boqueria y ver los olores, probar los colores, sentir los olores. Por supuesto que ya es más un sitio turístico que de compras del día a día de la gente y sin embargo, no dejó de ser un lugar para que los sentidos se mezclaran entre ellos mismos y pintaran escenas para el recuerdo. En esa esquina por ejemplo, había pimientos y ajíes de colores que no había visto, con formas y tamaños que emulaban las medidas y siluetas de las coloridas gomas ácidas del puesto de enfrente que estaba vigilado por una pata de cerdo y una langosta que esperaba su destino entre la pecera con burbujas.

El día de la subida a Montjuic había llegado, era hora de escuchar la historia de cuando esta fortaleza se usó para atacar a la misma gente de Barcelona durante la guerra civil española o cuando, el mismo lugar se usó en la segunda guerra mundial para “saludar cada mañana a balazos y plomo” a los alemanes apostados y atrincherados fuera de Barcelona durante la segunda guerra mundial. La vista monumental de la catedral que al fondo se levanta era la promesa de esta ciudad, la promesa de que en cada esquina, rincón y callejón, habríamos de encontrar magia y maravilla.

Describir una a una las sensaciones e ideas que me acompañaron al cruzar tantos lugares increíbles de esta ciudad a la que hoy por hoy llamas casa y que describiste alguna vez como tu lugar favorito en el mundo sería extenderme y muy seguramente quedarme corto de palabras. El Parc de la Ciudatella con su extravagante e impresionante monumento es algo que se quedará en mi memoria para siempre. Además, ¿dónde más podré recostarme sobre la trompa de un mamuth?

Con el pasar de los días hubo más reencuentros con colombianos, con amigos, con gente que uno extraña, gente que se fue pero que siempre ha estado. Sarah, una de mis mejores amigas de la universidad fue la compañía perfecta para probar el famoso Vermut. Como extrañaba a esa señorita de sonrisa amplia. También apareció Juana, esa misma que en una noche de Bogotá conocí y bastó para que entre conversaciones de diseñador se nos pasaran las horas, se nos fueran los suspiros y nos quedara la boca seca. Si Barcelona de por si fue una gran experiencia, claramente se enriqueció por tantos amigos que como tú, hoy viven allá al otro lado del mar.

Pero ya sabrás que venir a Barcelona, se puede resumir en dos palabras: Sagrada Familia. Nos prohibiste no entrar a este lugar y quiero agradecerte por eso, es de lejos, uno de los lugares más espectaculares que he visto en mi vida. Solo recordarlo me da escalofríos pues, aunque desde hace años no me considero un creyente de religión alguna, entrar a este sitio me empañó los ojos, me nubló el juicio, me regaló por primera vez a conciencia el gesto de tener la boca abierta mientras miraba sin dar crédito a tanta magnificencia y pensar, que esto era producto de una mente humana, que está siendo construido con unas manos como las mías, obviando el exceso de talento al tallar y esculpir, manos con cinco dedos, manos con pulgar, indice y meñique.

El primer color que vi fue el rojo. La luz entraba entre los vitrales absurdamente detallados de la pared oeste, se volvía naranja, amarillo, bailaba en el aire con el azul de la ventana opuesta, jugaba con el verde y el violeta su vecino. Es un lugar al que casi puedes escribirle poemas solo por los colores que allí ves. Y luego, debo admitir con cierta timidez, recuerdo que levanté la cabeza y vos ahí, aunque sin estarlo, dijiste en mi cabeza: te dije que no podías dejar de venir a este lugar. Te advertí que toda iglesia a la que entres de ahora en adelante no tendrá el mismo efecto en ti. Te dije que esta es “la Sagrada Familia”.

Luego de limpiarme los ojos, salí a recorrer los muros que adornan las fachadas externas. Es lindo pensar que como especie servimos aún para algo más que criticar y crear guerras. Las puertas con inscripciones en todos los idiomas como símbolo de unión, las esculturas expresivas a pesar de su rigidez, la historia del lugar en sí. Gaudí revolucionó la arquitectura y ahora entiendo la razón.

Despedirse de Sagrada Familia fue despedirse de Barcelona prácticamente. Despedirse fue un sentido gracias al universo por estos nuevos recuerdos e inevitablemente asociar que los viejos amigos, los verdaderos, son como esa catedral: una maravilla que se levanta para romper las barreras del tiempo, que tiene formas increíbles y no siempre tradicionales y entender que la amistad no tendrá jamás mejor nombre que ese, Sagrada Familia.

Feliz cumpleaños en la distancia, amiga.

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