Por: Morphart
Información útil
Dónde quedarse:
Destination Hostel
Largo Duque do Cadaval #17. Estación do Rossio segundo piso. 1200-16. Lisboa, Portugal.
Dentro de los primeros cinco hostales del mundo. Ordenado, limpio y muy bien ubicado. Además tiene buenas tarifas pues hay que tener en cuenta que en esta ciudad todo es un poco más costoso. El salón social es grande, la cocina es espaciosa, y el equipo está siempre presto a dar información y ayudar a ubicarse en la ciudad. Interesantes actividades diarias para la integración.
Referencia para llegar
Buscar la estación de trenes Rossio. En el segundo piso hay una gran puerta con el nombre del hostal.
A tener en cuenta en lisboa
- Las entradas como pan, empanadas y otros que dan en los restaurantes no son gratis. al final se cuentan cuántos consumiste y te los van a cobrar.
- Lisboa es una ciudad empinada, nada de zapatos fashion, solo comodidad.
- Los restaurantes cierran a eso de las nueve (9:00pm)
- Mucho cuidado con los objetos personales. La ciudad tiene fama por los carteristas.
- No pidas muchos platos en los restaurantes. Las porciones son muy grandes y vas a terminar desperdiciando comida.
- Cuando busques un club de Fado, investiga bien, no sea que estés entrando a una trampa para turistas. Siempre referencias de gente local. Siempre.
Lugares Clave en Lisboa:
- Centro de Lisboa
- Plaza de Comercio de Lisboa
- Alfama, Catedral y Castillo de Sao Jorge
- Chiado y Barrio Alto
- Belém
- Parque de las naciones
Periferia
- Belém (Pasteís de Belém)
- Sintra (Queijadas do Sapa)
Carta abierta
Mi plan era pasar mi cumpleaños treinta viajando lejos de casa, lo más lejos que la vida me permitiera. Como muchas cosas en mi caprichosa, siempre desafiante y maravillosa vida, para este momento que de manera personal marcaba una línea que hace muchos años había trazado, mi viejo amigo de la infancia, hermano de armas y mosquetero del alma decidió empacar su mochila, abrir las alas y sin pensar en el aterrizaje, saltar a esta aventura llamada Europa.
Ahora viajo acompañado y entonces las cartas, son escritas a cuatro manos y entonces, también tienen dos destinatarios diferentes. Un reto de escritura interesante eso de lograr que las palabras le calcen a los sentimientos de ambos y a dos destinatarios diferentes.
Andrea y Carol:
Esta carta nace del deseo de tenerlas cerca, seres que decidieron aparecer justo antes de nuestra partida y recordar que es necesario vivir amando. Si bien no están fisicamente, harán parte de este viaje, en cada paso, en cada café, en cada comida, sonrisa y lugar visitado.
Luego de muchas horas de viaje -casi 15- llegamos a Lisboa. El cansancio se había transformado en risas ya desde el avión que con sus pequeñas ventanas nos permitía ver una ciudad con techos antiguos, blanca en su mayoría, con unos pocos tonos de color acentuados aquí y allá.
Como era de esperarse, al salir del aeropuerto, el frío del invierno -aunque no con todo su poder- nos abrazó y ustedes niñas abrieron los ojos preguntando si así sería todo el viaje. Lo cierto es que desde que nos montamos en el avión, o bueno, realmente desde que tomamos ese café antes de embarcar ya se sentía algo extraño, como un gran “me vas a hacer falta” y bueno, locos como siempre, no dudamos en empacarlas entre las maletas, obviando por error la advertencia para que trajeran ropa de frío.
Balcones inmensos adornados con flores que contrastan además con las flores que se pintan en los azulejos que a su vez engalanan las fachadas de los viejos edificios, un olor a sal en el aire, un cielo de un azul particular y calles empinadas que aún conservan ese aire de ciudad porteña y antigua nos dieron la bienvenida a la capital de Portugal.
Viernes en la mañana, todos caminan a sus trabajos y en medio de edificios de arquitectura magnifica, nuestras maletas interrumpían la rutina mientras nos miraban entregados a la fascinación que produce caminarse esta ciudad. Era más de un día sin dormir pero era necesario no hacerlo hasta que el sol se ocultara y así tener control sobre el cambio de horario. El primer punto a visitar fue la Plaza del Comercio y su arco, uno al que no dudamos en subir y desde donde de manera infructuosa tratamos de determinar cuál era el edificio más bello solo para descubrir que al lado había uno aún mejor y otro y otro y otro y así. A un lado el arco la ciudad, al otro el río, y fue el momento del primer café, fuerte, oloroso, revitalizante.
Hora del almuerzo y como aprendes en los viajes, la comida más deliciosa se esconde en los rincones poco turísticos. Llegamos al mercado central, lugar donde varios chefs famosos han comenzado a jugársela por la comida tradicional armando locales modernos con las recetas de antaño. A la mesa llegaron unos champiñones ahumados con huevos de codorniz y pato; un arroz cremoso con pato; langostinos crocantes y unos pasteles rellenos de carne. Maravilloso.
El tram 28 es famoso en la ciudad y luego de tomarlo y por el cansancio haber perdido nuestra parada, caminamos hasta el Castelo Sao Jorge, uno de los puntos más altos de la ciudad a ver desde allí el atardecer. Describirlo sería faltarle al respeto.
Despertarse temprano fue todo un reto pero valió la pena. Tomamos el tren a Sintra y mientras los cuatro morimos de sueño en el trayecto que dura casi una hora, pudimos por fin tomarnos de la mano y descansar. Lo que siguió fue una avalancha de información y castillos y dulces y esculturas y laberintos y túneles que conducían a otros túneles. Aún recuerdo la cara de los cuatro cuando, parados en la Quinta do Regaleira veíamos los detalles sobre la chimenea, la biblioteca, las torres de castillo y las plazas adornadas por esculturas de dioses griegos. El acuerdo casi implícito de visitarla toda nos llevo a invertir casi cuatro horas en el lugar, cuatro horas que nos dieron además, un regalo de esos que solo los viajes saben dar: un almuerzo con vista al mar sentados en la torre de un castillo.
El cansancio seguía haciendo de las suyas y Juan, amante de los dulces sabía que el azúcar era su salvación. Como niño chiquito nos llevó a la primera tienda que encontramos. Y fue allí que conocimos las famosas Queijadas do Sapa un pastel dulce -o algo parecido- que tiene aproximadamente 800 años y que además de ser más viejo que el país donde nacimos, fue moneda para el pago de impuestos a la reina durante los años dorados de la ciudad.
De regreso a Lisboa, con un hostal ubicado convenientemente en la misma estación del tren y sin embargo, sin tiempo para el descanso, entramos a la ducha, ropa limpia y hora de salir al Pub Crawl, una actividad que nos llevaría por varios bares de la ciudad comenzando con una cena árabe con interpretación portuguesa. La cena apenas había terminado y con la bendición de un Dj alcahueta -un Dj argentino/ catalán nacido en Lisboa- sentimos como la sangre tropical se subió a la cabeza y entonces llegó el baile, la salsa, el merengue, las coreografías y la alegría y entonces la noche se extinguió luego cantando de bar en bar y bailando y tal vez, el mejor adjetivo para completar la frase sería: viviendo.
Volvimos al hostal con la energía prácticamente agotada pero con una satisfacción única de haber tomado la decisión de embarcarnos en este viaje.
Domingo, nuevo día, una leve resaca pero toda la actitud para darle lo mejor a la vida. Además, teníamos una promesa por cumplirnos: visitar Belém y comer -según una gran amiga y referencia- el mejor postre del mundo conocido como Pastéis de Belém y conocer la belleza de esta región dentro de la ciudad. Seguimos su recomendación al pie de la letra pues, según ella, era obligatorio combinar estos pasteles con una cidra de frutos rojos en un café improvisado en un vagón del tranvía llamado: BananaCafe. Un recorrido en tranvía nos llevó a la plaza principal de Belém frente al Mosteiro dos Jerónimos, una prueba imponente de las maravillas del arte europeo. Tumba de reyes, hogar de clérigos, la catedral es simplemente motivo para queda estupefactos.
El aguacero las llevó a ustedes a guarecerse bajo los túneles de la ciudad donde acordeones y perros chihuahua piden dinero y entretienen a los viajeros. Mientras nosotros, simplemente huimos a comprar a escondidas un par de pasteles más para el camino.
Llegar al hostal y descubrir en el aire ese olor de la comida casera no pudo ser mejor final. Nos anotamos de inmediato, la actividad sería: cena tradicional portuguesa. Esta incluía vino, torta de bacalao, garbanzos, ensalada, papas y sopa de verduras. Nuestra última noche en esta maravillosa ciudad, nos trajo entre risas, conversaciones y chistes una ayuda: conocer a un viajero de Chicago que acabó por regalarnos bonos de descuento para el tren que en su momento tomaremos de Barcelona a Madrid. Lisboa no nos falló.
Las vimos durmiendo cómodas en el salón social del hostal, y tal vez es buena idea dejarlas descansar. Las esperamos en Porto (Oporto), nuestra próxima parada.
Buenas noches.
Alonso y Juan.
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