Por: Morphart
Trivi Trivi: Recién me levanto. Aún es extraño esto del horario y el sol. Estoy por pensar que ya no logré acostumbrarme a eso de que el sol casi a medio día, apenas si piensa en calentar. Hoy es el gran día. Hoy voy a hacer realidad uno de los puntos que estaba subrayado y en mayúscula en mi lista de cosas por hacer. Hoy por fin, conoceré la nieve. Como cada mañana, hago una frase antes de abrir mis ojos, una que ya para mi es como un ritual y que me recuerda que soy el escritor de mi propia historia y que por eso esto de darle la vuelta al mundo es tan real como yo lo desee. Miro el reloj, son las cuatro de la mañana para ti en Colombia. El cerebro protesta y me pide que sea racional con esto de “madrugar”. -Calla, aquí son las seis, es hora de que arranques- respondo. Acto seguido, pongo música y el día comienza. Suena “I bet my life” de Imagine Dragons y es inevitable no recordarte saltando en ese concierto que vivimos juntos en Bogotá. De a poco, capa por capa y siguiendo las instrucciones del equipo de #Thermos me visto para los 3 grados centígrados que si nos va bien, sentiremos en el camino. Sé que eres muy temerosa del frío pero, esta vez, vas conmigo. Espero alcances a empacar tu equipo antes de que acabe yo esta nota. Primera capa, una tela que permite que la humedad del cuerpo salga pero lo mantiene aislado. Segunda capa, un saco con tela que al tocarla dijiste “peludita” y yo apenas me sonreía. Tercera capa, la chaqueta impermeable que guarda aire en su interior y así te ayuda a conservar el calor. Bufanda, no olvides el gorro y los guantes. Plantillas de calefacción entre las botas. Fuerte nudo para que no nos hagan lío en el camino. -Recuerda meterte el pantalón entre los zapatos- dices y yo como siempre, soy el niño al que mis amigos cuidan aunque sea más viejo. Sonrío. Nos fuimos. Nos acompañará una señorita de Francia y una pareja de Brasil, Ophelie Janaina y Gabriel respectivamente. Nos vamos en auto pues debes saber que es más barato que comprar un tour individual para pasar el día en el parque de Torres del Paine. La diferencia es bastante, y pues aprovechamos que somos varios con las mismas ganas, los mismos destinos y que en un hostal como ya te he contado, se conoce el mundo en una sala.

Iluminado tan solo hasta dónde las luces del carro llegan, el camino se va abriendo y girando. Caen gotas. Nadie lo dice pero en el fondo todos tenemos miedo de que el clima sea tan malo que nos impidan la entrada en el primer puesto de control. Las gotas se vuelven goterones pero seguimos adelante. Los goterones ahora son algo que no conocía, se ve raro, no lo reconozco y entonces es cuando pienso, es esta, ¡esta es la nieve! nos miramos tu y yo con esa sonrisita de complicidad que tenemos desde que éramos unos niños en el colegio. El carro no se ha detenido, no puedo abrir la ventana, la nieve y yo a un vidrio de distancia y tengo ganas de tocarla por que me han dicho que es como la escarcha de un congelador pero yo tengo que comprobarlo. Como nadie te veía y tampoco conoces la nieve, te hiciste una moña en el pelo, abriste la ventana y sacaste la cabeza. Los ojos cerrados, la boca abierta, la lengua afuera y una risa de felicidad que no te conocía. Y llegamos a una portería y el carro se detuvo, y puse un pie y sonó diferente. El piso crujió bajo mi bota, y el frío se olvidó y el sueño se fue y no me importó y me quité los guantes y me agaché a tocarla y me la metí a la boca y sonreí igual que tu en el carro. La mirada de los otros casi gritaba “este tipo está bien loco”. -¿no conocías la nieve acaso?- Preguntó alguien, -no, de dónde vengo no cae nieve- respondí mientras lanzaba una bola muy alto en el aire esperando que se desmenuzara, cosa que no pasó. De ahí en adelante, todo fueron fotos para el niño que jugaba, y risas e historias de sus aventuras pasadas en tierras nevadas. Recomendaciones y una mirada constante de asombro al ver que en realidad, yo soy un “guaguita” que se ve grande. Y encontré una piedra y me subí y desde allí salté y grité de felicidad por que sentí que había cumplido un gran deseo.


Es fria claro, de eso no hay duda, pero pensé que era parecida al granizo, que golpeaba al caer, que era pesada, incluso, que había que cuidarse cuando nevara fuerte. Pero no, apenas si se siente en la piel o en los ojos cuando el agua helada se derrite en los párpados. Son como papelitos muy delgados que al tocarte se esfuman. Parece que son los cristales los que te temen y al verte cerca, desaparecen. Dice Angie que cada copo de nieve es único en su estructura por que cada uno posee la forma que al congelarse las moléculas de agua le dan y viene un rollo de los fractales y entonces veo esta nevada y son cientos de miles de trillones de millones de cristales diminutos y es como que cada uno podría ser una persona y es inevitable sentirse tan minúsculo en medio de semejante inmensidad.

Y fueron apareciendo las laguna y los árboles que se durmieron por unos meses y solo dejan a la vista un montón de palos inertes. Y todo aquí parece construido en tonalidades de grises y azules con algunas manchas de café. Y luego un recordatorio de que enfrentarse a estas montañas no es un juego. Aparece un afiche de un hombre de nacionalidad chilena que está desaparecido desde hace ya una semana en el parque. Se dice que entró solo desafiando las reglas de los guardaparques y a medida que vamos encontrando gente en el camino, todos nos manifiestan que ya la esperanza se perdió, que además encontraron su ropa tirada y que solo falta hallar el cuerpo. Tú, toda una periodista, arrancaste con las preguntas y de ahí sacamos el gran aprendizaje para la vida en estos ambientes: resulta que cuando el cuerpo se está congelando, sumado al hambre o la deshidratación, el cerebro te engaña y al sentirse rígido por el frío, asume que es por todas las capas de ropa que llevas encima y entonces, da la orden de desnudarse y la muerte por hipotermia se hace una realidad. Incluso nos contaron la historia de los cuarenta solados chilenos que murieron en la cordillera. Encontraron sus ropas, las de todos. Sus cuerpos estaban muy lejos de su equipo.

Aún tengo en la cabeza tus saltos para mover el puente colgante sobre el río Pingo, que significa caballo salvaje. Era como ver a una niña jugando en pleno Narnia, pero en vez de leones y animales combinados, eran los flamencos rosados, los guanacos y los caballos semi salvajes los que expectantes miraban todos nuestros movimientos.


Luego de una caminata que por la emoción no duró más de veinte minutos, y aún sin saber qué veríamos o peor, si veríamos algo por el clima, llegamos al mirador de Grey. Y era una planicie inmeeeeeeeeensa, toda blanca, perfecta, y yo seguía fascinado mirando como mis botas se hundían en los seis centímetros de nieve y dejaban las huellas más profundas que alguna vez dejé.

Y soplamos tú y yo con fuerza. -A ver Juan, que te gustan los cuentos, sopla como el lobo de los tres cerditos- decías. Soplamos y soplamos y volvimos a soplar e increíblemente logramos que se despejara un poco, lo suficiente para ver los primeros tempános del glaciar y una gran laguna en la que puse a prueba mis botas impermeables. Pasaron la prueba y ahí estaba, el Grey, imponente, como asomándose apenas entre dos montañas inmensas como niño que se oculta trás la falda de su madre cuando tiene pena.

Me habría sentado, por horas a mirar. Aunque de pie y sin tener que decirlo, el silencio se apoderó de todos nosotros. Es tan majestuoso. Es inmenso. Es espectacular sentirse tan infinitamente diminuto por que eres solo un copo de nieve a fin de cuentas y el silencio es lo más profundo que jamás podrás oír y es inevitable sentirse solo, infinitamente solo entre esos turquesas, blancos y cafés. Es una de las maravillas más notables que hasta hoy he visto te digo. Tú y yo solo disparábamos la cámara como si con ella pudiésemos capturar para los que queremos y no vinieron hoy, cada centímetro de esa postal y te vi llorar, y es que no era para menos, creo yo. Además, es fácil hacerte llorar de emoción a ti .

Un último abrazo antes de regresar a casa. Nunca tendrás que volver a sentirte sola o perdida. Ya sabes que hay trillones de copos de nieve y siete millones de personas por conocer aún. Ya sabes que hay al menos trescientas ciudades que vale la pena conocer y que cada lugar, por menos turístico que sea, siempre tiene algo hermoso que mostrar. Hay muchos platos de comida que aún no pruebas y la aventura existe en la maleta desde que la empacas. Duelen los pies, el sueño volvió pero eso no importa pues, una vista así paga el frío, el cansancio. Un silencio así, solo interrumpido por el glaciar que deja venir abajo una de sus partes, es todo lo que se necesita para sentir que aquel que dijo que cada día hay que vivirlo como si fuese el último día bajo el sol, tenía más que razón. A nosotros, o a mi que tanto “me han mandado a la porra” que entiendo es el fin del mundo, me quedan las ganas de que me sigan mandando pues, ya vi que aquí, es bien bonito, y que segoza como –niño. Descansa mi gran amiga. Hay café caliente y té para que te recuperes. Gracias por la compañía. —– Lugar visitado: Parque Nacional Torres del Paine. Zona: Glaciar Grey Cómo llegar: Hay vuelos diarios directos desde Santiago de Chile hasta Punta Arenas. Se toma un bus hasta Puerto Natales (USD/8.00) Costo entrada al parque en invierno (temporada baja: abril-septiembre) USD/16.00
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